La pertenencia a las Fraternidades Marianistas es la respuesta a la vocación a la que nos llama Dios.
Recibimos una llamada personal y concreta a construir el Reino de Dios desde nuestra opción de Vida.
Elegimos el cristianismo como nuestra opción fundamental de vida y la espiritualidad Marianista como vocación particular.
¿Cómo vivimos esta llamada?
Vivir de la Fe
Trabajamos para llegar a ser hombres y mujeres de Fe. La Fe es un don que recibimos por medio de la Iglesia en nuestro Bautismo, pero pretendemos que llegue a ser para nosotros fuente de Vida, motor de nuestra existencia. Queremos mirar y vivir la vida desde la Fe, descubriendo como actúa Dios y orientamos nuestra vida de acuerdo con su voluntad.
La oración personal y así como la compartida nutren y hacen crecer esa Vida desde la Fe.
Vivir en estado de misión permanente
Desde nuestra vida de seglares colaboramos con el anuncio del Evangelio y la transformación del mundo en uno más justo y fraterno.
Respondemos con nuestras capacidades al “Ven y Sígueme” que nos propone Cristo.
Vivir en comunión fraterna
Vivimos nuestra vocación en comunidad y con una misión compartida, a imagen de las primeras comunidades de cristianos.
Caminamos juntos en la Vida, compartiendo las alegrías y preocupaciones del día en pequeñas comunidades, que llamamos Fraternidades.
Nos nutrimos de compartir la vida, la Fe y la formación con miembros de otras Fraternidades, construyendo una Iglesia plural en la que todos nos apoyamos y la hacemos crecer.
La consagración a María
La consagración a María es nuestra forma peculiar de vivir el Evangelio en el seguimiento de Jesús. Por eso es la expresión de nuestro carisma marianista.
Es la manera de expresar públicamente frente a la comunidad eclesial nuestra respuesta a la llamada de Dios. La figura de María se convierte en punto de referencia en nuestra vida de Fe.
Esta alianza es un signo de nuestro deseo de colaborar con María en su misión de traer a Cristo al mundo. Revivimos en la celebración de la consagración a María, la escena en que Jesús nos entrega a su madre al pie de la cruz y prometemos acogerla y amarla en nuestra vida.