A finales de septiembre hubo consagraciones en San Sebastián. En la medida en que expresa el compromiso con fraternidades, cada consagración es una fiesta de la comunidad.
La víspera hicimos un retiro para reflexionar y compartir. Nos juntamos los fraternos y fuimos recordando nuestra decisión de consagrarnos y cómo esa decisión ha influido en nuestra vida, cómo vimos entonces aquel compromiso y cómo lo vivimos ahora, qué ha cambiado y cómo ha evolucionado en el tiempo y cómo a la vez ha mantenido su esencia. Y también expresamos nuestras esperanzas y planes para el nuevo año que comienza tras el verano. Nos juntamos por parejas y durante un rato conversamos sobre estos asuntos. Y luego nos juntamos en grupos cada vez mayores, primero dos personas, luego seis, luego doce, y así vamos sumando y compartimos nuestras vivencias y escuchamos a los demás. Es una forma estupenda de hablar y conocer a tus hermanas y hermanos, saber cómo están, qué anhelan, qué les inquieta para bien y para mal, y en qué andan.
Y después es el momento en que reflexionan en público quienes se consagran al día siguiente. Me gustaría resaltar algunas reflexiones que salieron ese sábado por la tarde.
La referencia y el testimonio de otros es clave para la consagración y para el ingreso en fraternidades. Todos los testimonios hablan siempre de una o más personas que estaban cerca, que estaban próximas y que, en su día a día, en su vida normal y corriente, exteriorizaban un carisma y una alegría tranquila que resultaba inspiradora y atractiva.
Que el compromiso en fraternidades comienza como la posibilidad de continuar la vida del colegio, y ese compromiso evoluciona a una vivencia en comunidad más madura, más abierta al mundo, y que supone un encuentro con Dios.
Que la consagración es una decisión personal en la que la comunidad acompaña, que se madura durante años. Y que para la comunidad es «profundamente emocionante y trascendente».
Las consagraciones se celebraron al siguiente domingo. Las celebramos en la misa colegial, con las diferentes ramas de la familia marianista, padres y alumnos del colegio. Estuvo Herminia, la responsable provincial, que recibió las consagraciones en nombre de todas las fraternidades, y leyó fragmentos de las cartas donde los consagrandos explican su decisión.
Y precisamente con este asunto quiero acabar. Antes, cuando éramos más, los fraternos hacíamos la consagración en una celebración específica y propia. Como estábamos bastantes, no se notaba que era un asunto «privado». Cuando hace unos pocos años comenzamos a celebrar las consagraciones en la misa colegial, la sensación era extraña, como si estuviéramos «diluyéndonos». Pero si, como vimos en el retiro, el testimonio es importante, tan importante que es el hilo conductor de todas las historias de los fraternos, entonces no tiene sentido celebrar en privado.
Nadie enciende una lámpara para esconderla bajo un cajón, sino que la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. (MT 5.1)
S.S.