Exceso. Es la palabra que mejor define lo vivido estos días en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. Más de un millón y medio de jóvenes en una ciudad desbordada, con sus redes de transporte saturadas y largas colas para comer, llenar una botella de agua o simplemente entrar en los espacios de las celebraciones conjuntas. Asambleas que se extienden a lo largo de kilómetros, con decenas de pantallas gigantes para poder ver el altar y miles de personas para repartir la comunión. Horas y horas de espera. Un exceso de tiempo y de esfuerzo, aparentemente irracional. Pero también un exceso de alegría incontenible, de comunión entre peregrinos de todo el mundo, de la presencia de Cristo vivo en todos los rincones de esta vieja capital, inundada de jóvenes acudiendo a la convocatoria de un señor argentino de 86 años. Es lo que pasa por tener un Dios excesivo, que siempre desborda nuestros cálculos y proyectos de pequeña criatura cuando se pone manos a la obra y derrama su Amor en nuestros corazones.
Los marianistas acudimos tras un calentamiento previo de tres días en Cádiz, centrado en el lema de la JMJ «María se levantó y partió sin demora». A veces todos juntos (¡más de 300 entre jóvenes y acompañantes!) y otras veces en grupos pequeños, nos fuimos conociendo, con ratos de oración, de compartir vida y, por supuesto, de fiesta.
Ya en Lisboa, el ritmo fue diferente. Todos los días comenzaban con una oración conjunta y casi siempre acababan en uno de los eventos centrales, pero el resto del tiempo cada cual elegía entre el mundo de posibilidades que ofrece la JMJ: conciertos, charlas, oraciones, paseos por la ciudad junto a peregrinos de todo el mundo, … Para culminar el sábado con la gigantesca (excesiva) vigilia, noche al raso y Eucaristía matinal en el parque del Tejo, con un ambiente increíble que tuvimos la suerte de poder vivir juntos como grupo.
Todo esto (y no era nada fácil) fue coordinado por el grupo de jóvenes que formó el equipo cero junto a Paco Calancha. ¡Muchas gracias por vuestra entrega para hacer esto posible!
Aquí hemos vivido, como dijo Francisco en su frase más repetida de estos días (también un maravilloso exceso), que todos, todos, todos, cabemos en esta Iglesia. No pongamos peajes a los jóvenes o a los alejados, pero, por favor, tampoco nos desgastemos en absurdas luchas internas en lugar de mostrar al mundo la alegría del Evangelio, que es para lo que estamos.
Lisboa ha sido experiencia de una fe vivida en común y a plena luz, una experiencia a veces ajena a nuestra realidad (y más en el caso de los jóvenes), en la que parece que Dios es relevante solamente para un pequeño grupito en extinción, cada vez más reducido, aislado y silencioso. Ojalá no se quede en algo puntual, sino que sea un paso más en un camino de encuentro con Jesús y en nuestra vocación de, como María, hacer posible que se encarne en este mundo.
Recuerda, ¡Dios te llama por tu nombre!
Iñigo