LA EUCARISTÍA EN TIEMPOS DE CHAMINADE ¿PISTAS PARA HOY?

Muchas veces consideramos la diferencia de vivir y de participar en la eucaristía en tiempo del P. Chaminade y en el nuestro. Satisfechos de nuestra perspectiva histórica vemos aquella época tan lejana de la nuestra… Aquellas misas en latín y de espaldas al pueblo, aquella desconexión entre el sacerdote y los fieles. Si nos dedicamos con cariño a descubrir algunas prácticas que los congregantes del P. Chaminade desarrollaron y algunos enfoques en su manera de vivir la Eucaristía, no podemos dejar de admirarnos. A veces tuvieron intuiciones muy creativas que nos pueden servir incluso hoy. En este artículo y los siguientes me propongo rescatar ciertos atisbos y algunos detalles anecdóticos de nuestros orígenes en la vivencia de la Eucaristía que pueden estimular nuestra forma de celebrar y un aprecio entrañable a los que nos han precedido.

Presentar en el altar nuestros nombres…

En la congregación del P. Chaminade, la Misa tenía una gran importancia: los convocaba para celebrar su fe, los reunía para estrechar sus lazos con Cristo y entre ellos, fortalecía su testimonio cristiano. Entre los escritos del P. Chaminade de aquella época, bastantes se refieren a la misa de la congregación, a la manera de vivirla y de animarla. Hubo una curiosa costumbre de la que habla más de una vez. Existía un cuaderno, llamado “Registro de la misa”, que, según dice textualmente, contenía los nombres de todos los y las congregantes, jóvenes y mayores. En la misa de la congregación, el sacerdote sube al altar y se vuelve hacia los fieles. El responsable de la congregación le entrega el “registro de la Misa” y le dirige estas palabras: Padre Director (El P.Chaminade), los congregantes consagrados al culto de María se encomiendan a sus plegarias, que sus nombres desde el altar del cordero inmolado para la salvación del mundo sean transportados al libro de la vida. El sacerdote recibe el “registro de la Misa” y lo coloca sobre el altar a lado del cáliz.

Adela hace alusión a esta práctica, cuando recomienda en su carta 91 a su amiga Águeda: No nos olvidemos, todos los domingos y fiestas, de llevar nuestro corazón al altar de la Congregación de Burdeos, para ofrecerlo con Jesús que allí se ofrece por nosotras. Hagamos lo mismo todos los primeros viernes de mes en el altar de Lompian. ¡Qué sentido de pertenencia a la congregación y de unión entre las congregantes de diversos lugares y qué vivencia de la eucaristía ofreciéndose con Cristo!

Hoy que se está recuperando el sentido de las ofrendas y que se habla tanto de lo que debemos llevar al altar, me parece una iniciativa significativa colocarse todos en el altar de la eucaristía, junto a la materia del sacrificio, unidos a Cristo. De hecho los religiosos marianistas tenemos sobre el altar en cada eucaristía la lista de quienes celebran su cumpleaños, la lista de los hermanos que ya fallecieron. Hay comunidades que colocan incluso cada semana las fotos de una clase del colegio.

Un vivo sentido del símbolo

Los detalles expuestos hasta ahora revelan un vivo sentido del símbolo. También lo tuvieron en otras prácticas que unían la renovación de las promesas del bautismo y la consagración a la Virgen con la Misa de la congregación. Para el P. Chaminade la consagración a María era una renovación de las promesas del bautismo. Esta ceremonia la hacían con una vela encendida en la mano. Después se recogían las velas en la cual podían poner su nombre. También se recogían una papeleta de cada uno en que habían escrito: Yo he renovado mis promesas del bautismo el día… del mes… del año… Firmado…. Las papeletas se metían en una caja, que el sacerdote ponía encima del altar en la misa de la congregación. Se volvía a entregar las velas a cada congregante que la encendían en la misa de la congregación para hacer su consagración.

No todo era en latín

A veces exageramos al hablar de las misas de aquella época. Entre los papeles del P. Chaminade, encontramos algo muy interesante. Siempre escribiendo sobre la misa de la congregación da esta norma: después que el celebrante haya leído el Evangelio, se vuelve, recibe abierto el “Manual del Servidor de María” de manos de un responsable, lee el Evangelio en francés y lo explica durante un cuarto de hora, devuelve el libro al responsable y continúa la misa. Y añade a continuación algo que se debía tener muy en cuenta en algunas homilías de hoy: La lectura del Evangelio y su explicación no debe durar más que un cuarto de hora. Los responsables, mediante un signo convenido, advierten al celebrante a los trece minutos que es ya el momento de acabar. En este mismo escrito, hay una nota entrañable al final: Al acabar la Misa, se reúnen en torno al altar y rezan por los congregantes ausentes.

¡La Eucaristía en aquellos tiempos de la fundación era muy creativa! Seguiremos comentando más cosas…

                                                                                             Enrique Aguilera SM