En el artículo anteriorcomenzamos a presentar cómo vivía el P.Chaminade la Eucaristía con sus congregantes en la Magdalena de Burdeos. Hoy descubrimos la presencia de la Trinidad y el bautismo. Escuchar al fundador puede ayudarnos a tomar conciencia y hacer presente la Comunión de amor que es Dios y nuestro propio bautismo, al celebrar la misa dominical.
El P. Chaminade en un escrito suyo para la homilía dominical, está explicando la señal de la cruz y la está tratando de unir al Credo y a la Misa. Nos hace vislumbrar horizontes del sacerdocio bautismal o común. Claro está sin expresarse con la precisión de esa terminología tan subrayada hoy. Refiriéndose a la acción de la Trinidad en la encarnación nos dice: Las tres divinas personas han participado en el misterio de la encarnación. Toda la Trinidad ha formado ese cuerpo, creado esa alma y operado la unión del uno y de la otra a la persona del Verbo. Por eso, decimos en el Credo que Jesucristo fue concebido por el Espíritu Santo. Inesperadamente, lo relaciona con la Eucaristía: Y lo mismo pasa en la Misa que es la continuación de la escena del Calvario: la Iglesia dedica la oblación a Dios Padre, que envió a su Hijo, que se entregó a la muerte por nosotros, a Dios Espíritu Santo cuyo amor eterno fue el fuego que consumió la víctima. Después nos dice que nosotros participando en la Misa, podemos también ofrecer el sacrificio, porque hemos sido reconciliados con Dios y hemos sido bautizados: Como somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos del Espíritu Santo, podemos ofrecer este sacrificio, al que estamos participando.
Refiriéndose ahora a la señal de la cruz con la que empieza la Eucaristía se explaya así: Esta invocación es una dedicación, una entrada en escena, por decirlo así; es el comienzo más grande, más noble y más consolador; pero ¡cuánto debe hacer brotar en nuestros corazones los sentimientos de una fe viva, de una adoración profunda, cuánto debe realzar nuestra esperanza de hijos de Dios, nuestro amor de hermanos y coherederos de Jesucristo, el aprecio de los miembros que el Espíritu Santo une a un Dios que se ha hecho su cabeza!
Y sigue esa efusión que de su corazón de Padre y Fundador parece estar trasmitiendo a su pluma: Porque es EN EL NOMBRE DEL PADRE que se nos concede el más bello don. EN EL NOMBRE DEL HIJO, que nos da la mayor prueba de su amor. EN EL NOMBRE DEL ESPÍRITU SANTO, que nos aplica el precio de las gracias más preciosas. En el NOMBRE DEL PADRE, al que ofrecemos, del HIJO que ofrecemos y del ESPÍRITU SANTO, por el que lo ofrecemos. En este punto, nos expone una curiosa clave para entender el amén final: ASÍ SEA. AMÉN. Esta palabra hebrea tiene un doble sentido en la liturgia. Al final de las oraciones, significa QUE SEA ASÍ como lo hemos pedido. Es una unión de deseos. Al final de las profesiones de fe, abreviadas o extendidas, como al fin del CREDO, y después de la señal de la cruz, significa: ESTO ES ASÍ como lo hemos expresado. Es una unión en la fe y una ratificación de nuestra creencia. Y así termina este interesante escrito: La señal de la cruz es la expresión abreviada de la fe de los cristianos en los misterios de un Dios en tres personas, de un Dios hecho hombre, de un Dios muerto en la cruz. Pese a la lejanía de aquel momento histórico y cultural, pese a los inconvenientes de aquella liturgia, el P. Chaminade y sus congregantes procuraron vivir la Eucaristía de un modo creativo e ilusionante.
Se termina el retiro un domingo y hay una solemne renovación de las promesas del bautismo. La celebración comienza con una solemne invocación al Espíritu Santo: el canto del Veni Creator… El celebrante anuncia que es el Señor mismo el que quiere renovar la nueva alianza con una porción de su pueblo. Y alude al pasaje de Lucas 12, 32: No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Todos se han provisto de un gran cirio y de una tarjeta. Curiosamente el P. Chaminade apunta en sus notas que se ayudarán unos a otros en la adquisición del gran cirio, si algunos no tuvieran suficiente dinero para comprar un cirio de ese tamaño. Después del anuncio del celebrante, los congregantes encienden el cirio y renuevan sus compromisos del bautismo. Terminada la renovación, apagan el cirio y escriben en la tarjeta: Yo,…, he renovado mis promesas del bautismo el día… del mes…del año… Se recogen cuidadosamente los cirios y se introducen las tarjetas en una caja. Esto, el domingo.
Y el lunes, muy de mañanita, se celebra una misa de acción de gracias para todos los ejercitantes, antes de integrarse cada uno en su trabajo. La caja con las tarjetas de todos se ofrece y está durante la misa en el altar. Los cirios se guardan para encenderlos en la próxima renovación de la alianza con María de cada uno. ¡Ingeniosa manera de significar la íntima relación que tienen estas acciones de nuestra parte y de la iniciativa que siempre es de Dios y no de nosotros! Obsérvese que el celebrante del domingo anunció que era Dios el que quería renovar la nueva alianza con una porción de su pueblo. Seguimos descubriendo la creatividad de nuestro fundador al celebrar la Eucaristía y a la vez la profundidad espiritual con la quería siempre invitar a sus jóvenes y adultos congregantes en la misa dominical.
Enrique Aguilera SM